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Retinopatía diabética: la amenaza visual que puede evitarse si se detecta a tiempo

La retinopatía diabética (RD) se ha consolidado como la principal causa de pérdida visual no recuperable en personas en edad productiva, particularmente entre los...
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Retinopatía diabética: la amenaza visual que puede evitarse si se detecta a tiempo

La retinopatía diabética (RD) se ha consolidado como la principal causa de pérdida visual no recuperable en personas en edad productiva, particularmente entre los 20 y los 64 años, en países industrializados. Aunque los síntomas como manchas flotantes, destellos o disminución de la visión suelen motivar la consulta oftalmológica, lo cierto es que estos signos aparecen, en la mayoría de los casos, cuando la enfermedad ya está en una etapa avanzada y el daño visual puede ser irreversible.

En este contexto, resulta alarmante que la diabetes mellitus, enfermedad de base que da origen a la RD, se esté expandiendo como una epidemia global. De hecho, se estima que para el año 2040 más de 642 millones de personas en el mundo vivirán con esta condición, y al menos un tercio desarrollará algún grado de afectación ocular. A esto se suma que el factor de riesgo más determinante para el desarrollo de la retinopatía es el tiempo de evolución de la diabetes: después de 20 años del diagnóstico, el 99 % de los pacientes con diabetes tipo 1 y el 60 % de los tipo 2 presentan alguna manifestación retiniana.

Ahora bien, ¿qué ocurre a nivel ocular? La exposición prolongada a niveles elevados de glucosa genera procesos inflamatorios y de estrés oxidativo que dañan progresivamente los vasos sanguíneos de la retina. Como consecuencia, se producen oclusiones capilares y falta de oxígeno (hipoxia), lo que a su vez estimula la liberación de factores como el VEGF, responsables del aumento de la permeabilidad vascular y de la formación de nuevos vasos anormales. Este proceso de neovascularización es el origen de muchas de las complicaciones que amenazan la visión.

Por esta razón, el diagnóstico oportuno es fundamental. En personas con diabetes tipo 1, el primer examen oftalmológico debe realizarse cinco años después del diagnóstico, mientras que en pacientes con tipo 2 debe hacerse desde el momento en que se detecta la enfermedad. Además, en mujeres con diabetes asociada al embarazo, se recomienda realizar una evaluación ocular durante el primer trimestre y continuar el seguimiento cada tres meses o según el criterio clínico.

Sin embargo, no basta con detectar la enfermedad: también es esencial explicarle al paciente que ningún tratamiento ocular será realmente efectivo si no se acompaña de un control metabólico riguroso. Por eso, se recomienda mantener una hemoglobina glicosilada (HbA1c) por debajo del 7 %, siempre considerando las condiciones particulares de cada caso.

Asimismo, es importante señalar que la pérdida visual asociada a la RD puede deberse a distintas complicaciones, como edema macular, isquemia macular, hemorragias vítreas, neovascularización, desprendimientos de retina (traccionales o combinados) y glaucoma neovascular. Todas estas manifestaciones son secuelas directas de la isquemia retiniana crónica.

En cuanto a la clasificación clínica, esta permite establecer el pronóstico y guiar el tratamiento. Por un lado, se encuentra la retinopatía no proliferativa, que se divide en leve, moderada y severa según la cantidad y distribución de microaneurismas, hemorragias y alteraciones vasculares.

Por otro lado, está la forma proliferativa, caracterizada por la aparición de neovasos, cuya progresión puede derivar en hemorragias severas o incluso en desprendimiento de retina. De hecho, se ha documentado que una RDNP severa puede evolucionar a una forma proliferativa de alto riesgo en tan solo un año en el 45 % de los casos.

En términos terapéuticos, los principales objetivos son controlar la isquemia y reducir los niveles intraoculares de VEGF. Para ello, se utilizan inyecciones intravítreas de fármacos antiangiogénicos o esteroides, según la indicación clínica. Además, se puede recurrir a la fotocoagulación con láser, ya sea panretiniana o focal, o a la cirugía (vitrectomía), en situaciones complejas como hemorragias persistentes, tracciones maculares o desprendimientos combinados. Un caso particular es el edema macular diabético, principal causa de ceguera en la población diabética joven y adulta, cuyo tratamiento también incluye estas alternativas.

A pesar de la disponibilidad terapéutica, muchos pacientes siguen llegando a consulta cuando la enfermedad ya ha avanzado demasiado. En muchos casos, el oftalmólogo es el primer profesional que sospecha o incluso diagnostica la diabetes, pues el paciente desconoce su condición o ha ignorado los síntomas visuales. Por ello, es clave que, desde todos los niveles de atención, se promueva una cultura de prevención activa. Esto implica realizar una anamnesis completa, preguntar por antecedentes personales y familiares, indagar por síntomas visuales, realizar tamizajes de glucemia y presión arterial, y referir oportunamente al especialista.

Finalmente, debe recordarse que los pacientes diabéticos no solo presentan alteraciones estructurales en la retina, sino también diferentes tipos de baja visión (central, periférica, generalizada), e incluso ojo seco. Por tanto, la atención integral y el trabajo conjunto entre optómetras, oftalmólogos y médicos de atención primaria es esencial para preservar la salud visual de esta población creciente.