Dr. Juan F. Batlle Profesor Honorario del Instituto Bascom Palmer Miller School of Medicine – University of Miami
Existe mucha madurez e inteligencia emocional y espiritual en la mayoría de nosotros los profesionales de la salud, pero vivimos en una burbuja existencial. Nos desempeñamos en una realidad efímera que es mi hogar, mi pareja, mi familia, mi trabajo, mi gimnasio, mi grupo de amigos, mi carro, mi casa, mi celular… mi propia felicidad. Son muy pocos los que tienen un lugar en su corazón en el que le dedican tiempo al prójimo, y menos a los que están fuera de su burbuja.
Entonces, nos encontramos con personas exageradamente ensimismadas y egocentristas, que se pasan la vida pensando en su burbuja y en lo que les da placer. A estos se les hace muy cuesta arriba, y quizás imposible, ponerse en lugar del otro. De allí vienen las posturas políticas, mi grupo, mi comunidad, mi religión, mi coro de amigos, mi familia íntima, y allí no hay espacio porque no cabe, el amor al prójimo.
Estos días de Pascua son muy importantes para mí, ya que si algo aprendí de mi madre fue el amar a la familia. Decía ella: “La familia se defiende siempre con la razón y también sin ella”.
Su afán por complacer y regalar en esos días era porque se regala siempre pensando en lo que el otro quiere o necesita. Es una manera de ejercitar ese don que muchos poseen del “dador alegre”, que no es más que la habilidad de saberse poner en el lugar del otro.
Pensar en lo que el otro quiere escuchar, lo que le gusta, lo que le cae bien y lo que necesita. No cabe duda de que algunas veces lo que el otro necesita es un buen consejo, un tamaño reproche o una buena lección. Esta pandemia nos ha enseñado muchas cosas acerca de la importancia de pensar en los demás y en lo que de verdad importa.
Hemos aprendido a valorar la libertad, a valorar lo que es una vida en comunidad, así cuidándonos los unos a los otros para evitar el contagio.
También ha exagerado la obsesión por el celular y en muchos casos nos ha aislado más aún en nuestra propia burbuja. Pero la escala de valores que teníamos hace tres años es muy diferente ahora. Países que se llamaban “desarrollados” resulta que son los más ignorantes con el tema de cosas tan elementales como lo es vacunarse, uso de la mascarilla y el aislamiento. Todo por el tema de que hay que producir, hay que crecer, hay que tener
más. El resultado en EUA ha sido más de 900,000 muertos, y siguen muriendo. Ahora la crisis se enfoca en el genocidio de la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Cómo comprender esa guerra genocida entre países hermanos? Todas las religiones y sobre todo la que más celebramos en estos días, ya que somos cristianos, predican que el hombre debe buscar su felicidad (la frase “pursuit of happiness” está en la primera oración de la Declaración de Independencia de EUA), y dice que Dios quiere que vivamos y seamos felices. Tanto así que en la Biblia se cita el Sermón en El Monte (Mateo 5.1-16) que es el sermón de las bienaventuranzas. Felices serán aquellos que … son pobres de espíritu.
Casualmente las enseñanzas de ese pasaje mencionan exactamente lo opuesto a lo que el mundo moderno pretende y propone. La felicidad está en los que tienen hambre y sed de justicia, en los que saben perdonar y son misericordiosos, en los que aceptan la persecución en nombre de buscar el bien. En fin, la felicidad no está en lo que poseo, lo que soy, en mi fama, en lo que dice la gente, en mi belleza, en mis placeres, o en mi pareja. La felicidad nos llega cuando hacemos por los demás. Ahí está la clave de la felicidad. Decía la Madre Teresa de Calcuta que aquel que no vive para servir, no sirve para vivir. Debemos servir.