Nuestra sociedad se ha obsesionado con el pensamiento de estar saludable, en la búsqueda de conseguir el bienestar, tanto que ya se habla hasta de economía saludable. Pero ¿qué es lo que realmente significa esa búsqueda?, personalmente he comenzado a cuestionarme la eficacia de esta ambición.
Estamos inundados de información, guías, dietas, y recomendaciones para poder estar “saludables”, pero muchas se contradicen y obviamente cambian en el tiempo con las tendencias. Un grado en medicina o una formación en el campo de la nutrición ayuda para navegar en este mar de datos. Sin embargo, ya no estoy tan seguro de confiar en los principios que aprendí y cultivé para aceptar esto como una verdad absoluta.
Esta realidad me confronta cuando evalúo pacientes, miembros de sus familias o amigos que buscan mi consejo médico sobre lo que realmente significa salud en general, ocular o estar saludable. ¿Existe alguna definición estándar o un estado de salud que pueda aplicarse a todos? Si es así ¿cómo podemos identificarlo?
Para mí, y creo que muchos de ustedes los lectores comparten mi percepción, “una persona saludable tiene que tener armonía entre la mente y el cuerpo, estos deben funcionar sincrónicamente bien”. ¿Qué logramos comiendo lo que no nos gusta o no asimilamos, porque está de moda, o porque el vecino, un amigo o el entrenador personal nos lo dice con el único propósito de reducir de peso, fortalecer el sistema cardiovascular o ejercitar los músculos, mientras factores como el estrés y el medio ambiente afecta la respuesta de la persona a la comida y a las prácticas saludables? Estos factores son difíciles de cuantificar durante estudios o investigaciones. Con esto en mente ¿podemos sistematizar todo lo que tenga que ver con la salud? Todo es verdaderamente saludable o consistentemente no saludable.
No creo que podamos confiar en la evidencia científica, guías o creencias y experiencias personales, para contestar estas preguntas y no estoy seguro de tener la capacidad de hacerlo efectivamente. Esta muy probable limitación es sustancial, porque reconocerlo y aceptarlo significa que tendremos que alterar la forma como practicamos y analizamos la investigación y los datos.
Cada persona es un caso único con situaciones y circunstancias únicas. No podría ni debería aplicar ninguna idea médica o biológica que es específica para mí, a cualquier otro. Entonces ¿por qué inducimos a nuestros pacientes a hacer esto o aquello? ¿Por qué enseñamos y entrenamos de esta manera?
Estoy comenzando a ver que esto es una misión mal guiada que causa más riesgo que beneficio. No hay dos mentes, ni dos cuerpos que se parezcan, cada uno de nosotros tiene su propio universo.
Como profesionales de la salud, tratamos de adaptar a nuestros pacientes a doctrinas de cuidado estándar. Como si todos fuéramos iguales, intentamos moldearnos y definir nuestro cuerpo buscando parecernos a la imagen ejemplar y estilo de vida del atleta “fitness”, creado por los llamados pseudoexpertos de los centros de entrenamiento, (sin demeritar su formación académica). Luego nos sorprendemos porque el ejercicio resulta transformándose en estrés, frustración y confusión. Ninguna persona puede decirle a otra qué es lo que más le conviene y qué es necesario para conseguir el estilo de vida deseada. Los individuos están determinados a descubrirlo a través de sus propias acciones y experiencias. Otros podrán dar recomendaciones; sin embargo, estas deberán ser claras y ser recibidas como tales. Deberíamos tomarnos un tiempo para asegurarnos que la información que brindamos a los pacientes no sea concebida o percibida como una verdad absoluta que debe ser seguida sin cuestionamientos. “Comer frutas y verduras no es suficiente para estar saludable”.